JORGE CALVETTI
(1916-2002)
Nació en Maimará, provincia de Jujuy,
Argentina, en 1916. Vivió la literatura argentina de casi todo el siglo. Entre
sus amigos se contaron Roberto Arlt, Alfonsina Storni y Carlos Mastronardi (de
quien fue su albacea), Jorge Luis Borges y Xul Solar, entre muchísimos otros.
En 1955 fundó el grupo Tarja, de Jujuy,
y la revista del mismo nombre cuya dirección compartió con los escritores Mario
Busignani, Andrés Fidalgo, Néstor Groppa y el artista Medardo Pantoja. Formó
parte de numerosas instituciones culturales de nuestro país. Fue miembro de la
Academia Argentina de Letras durante nueve años, e integrante de la comisión
directiva de la Sociedad Argentina de Escritores (S.A.D.E.). Durante 30 años se
desempeñó en el diario La Prensa, y fue colaborador de innumerables revistas.
Libros
publicados:
Poesía
Entre
otros:
-Fundación
en el cielo, 1944
-Libro
de homenaje, 1957
-Imágenes
y conversaciones, 1966
-La
Juana Figueroa, 1968
-Solo
de muerte, 1976
-Memoria
terrestre, (antología), 1983
-Poemas
conjeturales, 1992
-Obra
PoéticaAntología, Colección Poetas Argentinos Contemporáneos, Fondo Nacional de
las Artes, Buenos Aires, 1997
Narrativa
-Alabanza
del Norte, 1944
-El
miedo inmortal, 1968
-Escrito
en la tierra, 1993
EL GALOPE:
"Dic, ait" o virgo, quid volt
concursus ad amnem? Qidve petunt animae? - Eneas
("Dime, ¡Oh virgen!" ¿Qué
significa esa afluencia junto al río? ¿Qué buscan las almas?)
Esto sucedió el Día de los Difuntos.
Para esa fecha se cumple en esa región una ceremonia tradicional que se inicia
en la noche del primero de noviembre con el rito llamado de "Las
ofrendas". Desde la víspera tienen preparadas, debajo de un crucifijo
colgado en una pared cubierta con paños negros, dos mesas en forma de T. En una
de ellas, la que hace de palo mayor - de vertical, diré -, los deudos amontonan
en forma de ataúd toda la ropa del muerto a quien se recuerda; alrededor, y
hacinados, gran cantidad de bizcochos, empanadillas y galletas, y al medio,
exactamente debajo del crucifijo, un pan ex profeso amasado en forma de
escalera. Sobre ella, unos muñecos de masa en los que creen ver figuración o
representación de almas y que tienen formas impresionantes, descansan como en
mitad de su marcha ascendente hacia el Cristo. A la luz de las velas pueden
verse platos con las comidas que fueron gusto del difunto, y también sus
"vicios": coca, chicha, cigarrillos, vino.
Desde la tarde comienzan las visitas a
las casas de familias que tienen algún pariente a quien rendir el tributo de
las ofrendas. Durante esas visitas, las libaciones son abundantes, de manera
que todos los deudos - no exceptúo a las mujeres - esperan la noche ayudados
por el alcohol.
Es de fe entre las gentes del pueblo
que el alma de sus finados visita en esa noche, a medianoche, la casa donde ha
vivido. Debe entonces encontrar en ella todo lo que supo querer y gustar en la
tierra. De no ocurrir así, el alma "se enoja" y entonces la ruina de
la familia es segura.
Cuidan, por ello, de mantener vivos en
el recuerdo hasta los que fueron más particulares y nimios deseos del muerto.
Esa es la razón por la cual no en todas las casas se ven los mismos elementos
de ofrenda.
Esa noche, hablo del Día de los
Difuntos, después de cenar, salí acompañado por Prudencio Sánchez, muchacho
criado por mi madre, persona, por tanto, de toda mi amistad y confianza.
Visitamos a dos familias y en ambas ocasiones, después de la tradicional jarra
de chicha, tomamos "yerbiaos" nombre con que se designa aquí al mate
cebado con agua y alcohol.
Cuando nos dirigíamos a visitar a los
deudos de un amigo, el finado Marciano Méndez, noté que ni Prudencio ni yo
conservábamos un grado normal de verticalidad, aunque todavía estábamos lúcidos
y bien dispuestos.
Como he dicho, era importante llegar
antes de medianoche a casa de Méndez, de modo que caminábamos a paso más que
regular.
En estos lugares, cuando no hay luna,
la noche es de una lobreguez cerrada y brutal. Que fuera por esa oscuridad con
ráfagas de viento helado, por las fantasmagorías de las sombras de nuestros
cuerpos, sombras que temblando a la luz de las velas, se estiraban en el suelo
y parte de las tapias laterales, por el sentido sobrenatural de la fecha, o por
la conjunción de todos esos elementos, lo cierto es que yo me había
impresionado y hubiera preferido no salir. Sólo el deseo de cumplir con la
memoria de mi amigo me instaba a seguir.
Mientras íbamos, quise explicarle a Prudencio
que si bien yo no creía en nada de lo que inspiraba esa ceremonia, estaba
seguro de que honraba al ser querido al visitar en esa fecha a sus parientes.
En rigor de verdad, no puedo decir -
debo aclararlo aquí - que no creo. Soy sincero si afirmo que jamás lo he
pensado. No soy hombre religioso, ustedes lo saben. No he sido hombre con fe
disponible y creo que no podré llegar nunca a creerlo todo. Siempre fui pródigo
en indiferencias y si alguna vez pensé en la religión como problema, fue para
razonar cómo los seres religiosos pueden no ser supersticiosos; qué suerte de
seguridad los lleva a creer en los misterios de la fe - que pueden ser enorme
supersticiones - y a descreer en las pequeñas supersticiones - que pueden ser
enormes verdades descuidadas -. Cómo administran, distribuyen y seleccionan,
con tanta seguridad, en materia tan sutil.
En fin, le dije a Prudencio que no
creía, porque era la verdad; pero como contra todo mi deseo soy fácilmente
sugestionable y no puedo conservarme impasible como lo pretendo, me favoreció
mucho que él, muy tranquilo, me hallara razón. Recuerdo que agregó
despectivamente que "todos eran cuentos de ignorantes y tonterías";
más importancia que el ritual de la noche tenía para Prudencio una botella de
ginebra casi llena con que le habían convidado. Con ánimo robusto el hombre
estaba dedicado a vaciarla y a cantar coplas.
Le repetí que nos apuráramos a fin de
llegar a la hora debida a lo de Marciano. Buscando otras explicaciones para mi
excitación (otras, además de la oscuridad, del viento y de los batidos trapos
negros que no se alejaban de mi memoria) recordé cuánto me impresionan y
dominan los estados de ánimo colectivos... "Todos creen aquí, pensaba yo,
y con secreta debilidad agregaba:..."pero tenemos razón nosotros, nosotros
estamos en la verdad, aunque nos sintamos borrachos".
A pesar de que las linternas también me
impresionan, por nada del mundo hubiera apagado la mía. De rato en rato
iluminaba a Prudencio, y él, siempre sonriente, aprovechaba para ver cuánto
quedaba de ginebra en su botella. Estábamos llegando a Pueblo Nuevo, cuando se
detuvo para hacer aguas (orinar). Al reanudar la marcha comenzó a cantar con
aire de baguala: "Si solterito me viera / no me volviera a casar / por
lástima de mis ojos / no los hiciera llorar..." Podía haber alguna
intención en sus versos - yo acababa de separarme de mi mujer - y lo hice
callar. "En noche como ésta no me gustan coplas, ni cantos", le dije,
"quiero cumplir y nada más. Vamos, ligero"
Es extraordinario. Ahora pienso que con
mis urgencias sólo conseguía hacerlo sonreír.
Cuando nos alcanzó la luna me alegré
mucho. En la Quebrada ella es la gran riqueza del cielo y de la tierra, y su
presencia me tranquilizó. Casi con alegría, tomé la huella del camino, seguido
por Prudencio y su botella.
Fue cerca de la curva de Don Cosme
Cruz, donde sentimos un galope. Ibamos caminando - y a la vez - escuchando con
atención. "Vienen de arriba", dijo Prudencio. "Si", le
contesté: "deben de estar más allá de la casa de Guillo Padilla"
(aclaro que aquí, "arriba" es el norte y "abajo" es el sur;
pura verdad topográfica, nada más). "Son muchos", agregué, "más
de veinte...¿no?" Mi compañero se detuvo para escuchar mejor y responder a
mi pregunta. "Vienen del lado del cementerio", afirmó, "pero más
parece una tropilla que se hubiera asustado...porque es un galope 'amontonado'
y loco".
No pude menos que admirarlo, era una
observación formidable. "Tenés razón", le repliqué, "tenés
razón. Es una tropilla asustada; doblando el camino, la toparemos".
Pero al doblar hacia lo de Guillo vimos
las huellas del callejón blancas y solitarias...y trepidantes. El galope se
acercaba frenético y clarísimo, pavoroso.
No había calle ni senda transversal;
entró a dominarme el miedo y miré a Prudencio como para que me salvara. El, a
mi lado pestañeaba rápidamente, nervioso. El galope estaba muy cerca ya, y era
como el de un malón. Entonces, para mí, que Prudencio se enloqueció. Arrojó la
botella hacia delante, con energía espantosa, como contra alguien. "Cuidado",
gritó y me dio un empujón hacia la cuneta. Yo rodé entre los yuyos mientras el
galope me envolvía en ruido. No vi a nadie. No vi nada. Cuando pasó, busqué a
Prudencio...lo encontré como a quince metros atrás de mí, mutilado y pisoteado,
todavía caliente, húmedo, vaporoso de sangre y tierra.
Fecha de publicación me podría decir??😁
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