lunes, 11 de junio de 2012



MITA HOMS

Nació en Córdoba en 1939. Es contadora pública. Colabora con sus cuentos en diarios locales. Vive en Jujuy desde 1959.

El valor de las alhajas

    Un anillo de platino con un diamante enorme rodeado de piedras más pequeñas de reflejos tornasolados. Maribel lo vio en una vidriera y una nube de tristeza ensombreció su carita.
 Remigio le tomaba las manos con ternura y la miraba profundamente  a los ojos para transmitirle la fuerza del amor, pero en el fondo de esas pupilas, brillaba la alhaja iridiscente.
   - Voy a ir a preguntar el precio- fue el resignado recurso de Remigio.
     Maribel se iluminó con una sonrisa de ángel y se puso a esperar, moviendo graciosamente sus manos con los dedos extendidos.
     -Cuesta un ojo de la cara- Nunca podré reunir tanto dinero.
     - Seguro que no -reconoció Maribel-, pero...
   Remigio asintió tristemente y, con toda la desdicha sobre sus hombros, volvió a la joyería. La vendedora puso la sortija sobre la bandeja de terciopelo, Remigio se sacó el ojo izquierdo y lo dejó junto a la joya.
     - Debe de amarla mucho- murmuró la joven, a punto de llorar.
    La felicidad de Maribel recompensaba el sacrificio de Remigio, aunque su ojo vacío dejaba escapar, de vez en cuando, una lágrima oscura.
    Un relicario de oro viejo con incrustaciones de esmeradas colgado de una gruesa trenza de hilos también de oro. Cuando Remigio fue de visita, la pesadumbre del rostro de Maribel le traspasó el corazón y tuvo que volver a la joyería. Ella se iluminó con una sonrisa de ángel y esperó acariciándose el escote frente al espejo.
     La vendedora, vacilante, sacó el relicario, al tiempo que decía casi con remordimiento:
      - Cuesta un ojo de cara...
      Remigio se mostraba sereno, pero el párpado hundido sobre el hueco del ojo izquierdo se estremecía en retorcidas convulsiones, como si quisiera gritar. Al verlo, la vendedora guardó la joya, tomó a Remigio del brazo y se fue con él a un bar próximo. Allí le habló con dulzura, hasta asegurarse de que el corazón del muchacho había quedado en paz. Cuando se separaron, él fue resueltamente a la casa de Maribel para exigirle que le devolviera el anillo. El rugido de Maribel fue una tormenta.
       -¡Nunca! ¡Jamás! ¡Antes, tendrás que cortarme el dedo!
       Remigio le cortó el dedo y salió satisfecho con el anillo. En la esquina, lo esperaba la vendedora.
                                                                                   Mita Homs

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