domingo, 10 de junio de 2012

Jorge Accame

Nació en Buenos Aires, Argentina, en 1956. Desde 1982 está radicado en Jujuy, Argentina. Estudió Letras en la Universidad Católica Argentina de Buenos Aires; enseña en la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Jujuy. En 1998, su obra Venecia fue estrenada en Buenos Aires, en el Teatro del Pueblo. Desde entonces se ha representado en Inglaterra, España, Eslovenia, Estados Unidos de Norteamérica, Canadá, México, Colombia, Venezuela, Perú, Chile, Brasil, Uruguay, Bolivia, y en la mayoría de las provincias de Argentina. Con Venecia ha ganado varios premios, entre ellos el Florencio Sánchez. Ha sido becado por la Fundación Antorchas para asistir al Programa Internacional de Escritura en la Universidad de Iowa (Estados Unidos). También recibió becas del Fondo Nacional de las Artes, del Instituto Nacional del Teatro, de la Fundación Civitella Ranieri, la Colonia MacDowell, la Corporación Yaddo y la Fundación Guggenheim. Ha publicado Cuatro poetas, Punk y circo, Golja (poesía), Cumbia, Ángeles y diablos, Día de pesca, ¿Quién pidió un vaso de agua?, Cuarteto en el monte, El jaguar, El mejor tema de los '70, Diario de un explorador (cuentos); Concierto de jazz y Segovia o de la poesía (novela). Entre los títulos de sus obras teatrales figuran Casa de piedra, Chingoil Compani, Suriman ataca, Venecia y Hermanos.

FLORES

Yo era profesor de Castellano en la Escuela Normal y a mediados del ochenta, en el segundo año A de bachillerato, tomé una prueba escrita de análisis sintáctico. Al devolver las hojas corregidas sobró una. Los alumnos me dijeron que ese nombre no correspondía al grupo. La evaluación, que había sido reprobada, llevaba la firma de un confuso Juan o José Flores. La guardé dentro de mi portafolios.
Por las dudas, en los días sucesivos pregunté en otros cursos: todos ignoraban su origen. Repasé las listas en vano. Nadie apareció con ese apellido.
No me sorprendí demasiado. Un escrito aplazado era quizás eludido hasta por su propio dueño. Probablemente abusando de mi ignorancia acerca de los integrantes de cada grupo, alguien había firmado con seudónimo previendo el resultado fatal.
Hacia septiembre, volví a examinar al segundo año. Corregí los trabajos y me encontré —creo que lo esperaba— con otra hoja firmada por Flores. Tampoco esta vez había aprobado.
No llevé a cabo más pesquisas. Ahora estaba seguro de que Flores pertenecía a segundo A. Haber encontrado dos veces un trabajo suyo entre las evaluaciones de ese grupo lo confirmaba. Sospeché que se trataba de un nombre apócrifo de algún bromista que había hecho dos pruebas. Una, firmada con su verdadero apellido para obtener un concepto real; la otra, que debía atribuirse a una sombra —Flores— y que era entregada con el solo propósito de perturbarme.
Durante el recreo, mencioné el episodio en el buffet del colegio, delante de mis colegas. En ese momento el comentario no produjo ningún efecto. Nunca se escucha realmente lo que dice el otro, salvo que el discurso sea por mera casualidad el que uno mismo está por decir.
Cuando ya iba a entrar al aula, sentí que me aferraban del brazo para detenerme. Era una preceptora.
Se la veía nerviosa.
—Sin querer —murmuró— he oído lo que relató en el bar.
Le dije para tranquilizarla que no tenía la menor importancia.
Ni siquiera intentó escucharme y empezó a hablar:
—Había hace tiempo, en segundo A, un chico Flores que nunca aprobó Castellano. Era voluntarioso y estudiaba mucho, pero sus deficiencias —mala escuela primaria o falta de cabeza, se ve— le impidieron eximirse. Una tarde, cuando venía hacia aquí a rendir examen por quinta o sexta vez, lo atropelló una camioneta y murió. Fue la única materia que quedó debiendo para siempre.
La narración era algo melodramática. Sin embargo, la mezcla de ambigüedad y precisión entre aquellas coincidencias me inquietó por varias semanas.
Ese verano, tomé la evaluación final en segundo A. Busqué la de Flores y la aprobé sin leerla. Al día siguiente, la dejé sobre el pupitre de un aula vacía.
Ya no volví a saber de mi inexistente alumno. Deliberadamente, deseché una última explicación posible: la intervención de algún familiar o amigo íntimo del difunto, que cursara en la escuela y hubiera prometido cumplir póstuma y simbólicamente su voluntad truncada.
Para mí (y para la sombra) había una sola realidad: Flores, ese año, se eximió en la materia que lo había fatigado.

En el borde del barranco

La mujer apareció de golpe sobre la ruta y le hizo señas para que se detuviera. El hombre frenó en la banquina unos metros más adelante. Ella se acercó y asomándose hacia adentro por la ventanilla, le dijo:
-¿Puede ayudarme? Mi auto se desbarrancó.
El hombre miró y descubrió un cartel arrancado y la huella profunda de unas ruedas que terminaban en el vacío.
- Suba – le ofreció.
Pero ella dijo que iría a pie para mostrarle el camino.
El hombre la siguió hasta la curva. La vio parada en el borde del barranco, con el brazo extendido, inmóvil por unos segundos.
Luego la perdió en la neblina.
Bajó de la camioneta y cerró con llave. En el fondo del monte divisó un automóvil rojo atorado en la maleza. Era un atardecer nublado y el verde de las plantas resplandecía.
- Señora - llamó.
Comenzó a descender lentamente porque la barranca era casi vertical. Resbaló dos veces antes de llegar y se rompió el pantalón. Pensó en la mujer. Se preguntó cómo se las había arreglado en una pared tan escarpada.
- Señora – llamó otra vez.
Escuchó un llanto de niño que provenía desde el interior del auto. Se aproximó y a través de los vidrios astillados distinguió en el asiento de atrás un bebé de meses.
En el sitio del conductor había un cuerpo doblado sobre el volante.
El hombre tanteó las puertas pero estaban trabadas. Con cuidado, terminó de romper el parabrisas. Se retorció hacia adentro, llegó hasta el niño y lo sacó. Lo apoyó en el pasto, envuelto en su campera.
Luego volvió por el conductor. Era la mujer que lo había detenido en la ruta. Empujó su cuerpo suavemente hacia el respaldo. En el peso comprendió que estaba muerta. Una muerta serena, sin muecas de dolor ni de miedo. Sólo en los suaves labios morados se alargaba un suspiro de cansancio, porque su instinto de hembra la había forzado a trabajar más allá de las jornadas humanas. 

POSESIÓN

Los cuatro volvíamos de un baile de carnaval. Íbamos cantando a los gritos por la ruta. Serían las tres de la madrugada, pero el pueblo todavía andaba por las calles. En el cruce, Osvaldo y Juan se detuvieron. Había una mezcla de músicas y albahaca en el aire.—Bueno, aquí los dejamos —me dijo Osvaldo guiñándome un ojo.—Nos vemos mañana —respondí.  No pregunté adónde iban, porque quería estar un rato a solas con Estela. Si por mí hubiera sido, me habría separado de ellos mucho antes.—Pórtense bien —dijo Juan. Los dos me dieron la mano tres o cuatro veces y saludaron a Estela con un beso.—Adiós —balbuceó Osvaldo. Juan eructó. Tenían una linda macha. Los empujé con suavidad.—Váyanse —dije.—Adiós. Bajaron hacia las casas. Me quedé viendo cómo se alejaban y doblaban una esquina. Miré el cielo. Suspiré. Abracé a Estela y le pregunté si me amaba. Me contestó con voz de hombre. Yo también estaba medio borracho pero me di cuenta de que había contestado con voz de hombre. Después soltó una carcajada que me encrespó el espinazo. La contemplé estupefacto, sin reaccionar. Me pegó un sopapo que me hizo doler el cuello por la violencia con que me dobló la cabeza.—¿Qué te pasa a vos? —desafió y volvió a reírse. Me asusté. El mareo de la cerveza que había tomado desapareció en segundos. La sacudí y la llamé por su nombre, pero se deshizo de mí y me empujó a un costado de la ruta.—Yo te puedo —dijo burlándose, y me insultó masticando repulsivamente unas palabras  que no comprendí. Dio media vuelta y empezó a alejarse del pueblo. La alcancé, la agarré del brazo y latironeé. Ella giró la cabeza y se rió.—Qué me vas a poder a mí —dijo, y me arrastró unos metros. Vi cerca cuatro o cinco niños y sentí miedo. —Shh. Vienen chicos. Sorpresivamente se tranquilizó, el rostro se le acomodó en los rasgos que yo le conocía y pareció debilitarse. Tuve que sujetarla para que no cayera al suelo. Los chicos pasaron riendo. Iban tirándose harina y papel picado. Nos saludaron y prosiguieron rumbo al pueblo. Con Estela entre mis brazos, los vi perderse en una de las primeras calles. Era una noche brumosa por el polvo que se levantaba permanentemente a causa de los bailes. Cuando bajé la vista, me encontré con los ojos abiertos de mi novia fijos  en mí.—¿Estás bien? —le pregunté con temor. Ella sólo me observaba, en silencio. La acaricié. Estuvimos así unos segundos. Después la boca se le empezó a deformar y le reventó en una carcajada.
Se incorporó.—Yo te puedo a vos —dijo con voz gruesa. Caminó un trecho en cuatro patas. Después se puso de pie. Me arrojé encima y la abracé por la espalda. Ella se revolvió como loca para zafarse, pero yo había atenazado mis manos sobre su estómago. Aunque su fuerza era brutal, no pudo desprenderse. —Quédate quieta —le ordené. —Soltame que te mato.—Si te quedás quieta, te suelto. Yo la sentía jadear agitada; algo pegajoso me mojó las manos. De repente volteó la cabeza y noté que de su boca salía una baba oscura. La apreté más. Hizo un último esfuerzo y tensó los músculos. La aguanté. Después de algunos segundos se aflojó y cayó desmayada. Deposité su cuerpo relajado sobre la arena .Permanecí a su lado un rato para verificar que no fingía y fui corriendo al pueblo a buscar a doña Sara, una vieja rezadora. La mujer me atendió medio dormida asomando su cabeza de tortuga por la puerta entornada.—¿Qué hay? —preguntó. Le expliqué lo que sucedía, pero con la agitación no podía hablar con claridad. Al fin, le hice entender que Estela estaba mal y me dijo que la aguardara. Doña Sara salió en seguida, cubierta con una manta. Fuimos a paso rápido, mientras yo intentaba darle más detalles del extraño comportamiento de mi novia. Desde lejos, antes de que llegáramos, vi que Estela no estaba en el sitio donde la había dejado. Busqué a lo largo de la ruta. La descubrí deambulando más allá del cruce. Parecía un espectro, con su traje de carnaval. Era un disfraz de viuda, negro y largo, y las luces de los vehículos que pasaban lo hacían relampaguear. La alcanzamos y empezamos a corretearla por el campo, porque no quería detenerse a escucharnos. Con doña Sara la agarramos y la tironeamos hacia el pueblo.—Déjenme, —gritaba Estela y se reía. Rugía, nos pateaba. A veces lograba arrastrarnos un trecho, pero en seguida se cansaba y volvíamos a empujarla hacia las casas. La vieja sacó desde abajo de la manta un frasco con agua bendita y comenzó a rezar entre los ronquidos de burla de Estela, que desfallecía contrayéndose como una lombriz en la sal. Luego se recuperaba, se alejaba unos pasos y de inmediato volvía y enfrentaba a doña Sara con insultos rarísimos y asquerosos. Alguna gente había acudido y nos contemplaba. La vieja recogió un poco de agua del frasco entre los dedos y empezó a rociarla con apuro; sentí que algunas gotas me salpicaban en la cara, pero Estela no se mojaba. Le tiró directamente con la boca del frasco. El agua bendita no la tocó, la atravesó y cayó manchando la tierra. Vino más gente. En la confusión reconocí a Osvaldo y a Juan. De pronto, Estela se lanzó sobre doña Sara e intentó morderla, le horadaba con sus dedos el cuerpo para desgarrarla. La vieja trataba de mantenerla alejada a manotazos. Entre varios las separamos y sujetamos a Estela, pero ella nos despidió lejos, como un tornado. Su fuerza era terrible; sin embargo, como ya le había sucedido otras veces durante esa noche, de repente se extenuó y pudimos controlarla. La llevamos hasta la iglesia. Parecía una potra cansada. Osvaldo, Juan y yo la metimos adentro y cerramos las puertas. En cuanto la soltamos, Estela pegó un salto y se trepó a una de las paredes. Empezó a caminar hacia el techo como una mosca

3 comentarios:

  1. Hola por favor te rruegoencarecidamente si puedes facilitarme textos de Accame. Necesito cuatro para trabajar en una materia del profesorado en lengua y literatura. Soy de Catamarca y la verdad, no se consigue mucho. Gracias.

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  2. Hola por favor me pueden alludar como puedo describir con mis palabras el texto de flores de jorge accame

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